En el magacín de
El País (
EPS) del domingo 7 de agosto de 2015 apareció publicado este artículo, de Francesc Miralles, dedicado al complicado arte de conversar. Me parece de gran interés por sus aportaciones a la escucha activa.
LA MAGIA DE CONVERSAR
Desde la irrupción de las redes sociales y
la mensajería móvil, mantener una conversación cara a cara se ha convertido en
algo casi exótico. Estamos en contacto de forma abreviada y superficial con un
número creciente de personas, pero cada vez nos sentimos más solos.
Para mejorar nuestras relaciones con los
demás, comprenderlos y ser comprendidos, es esencial recuperar el buen hábito
de hablar con tiempo y verdadera atención.
Parece demostrado que un déficit de
conversación hace al sujeto más susceptible de padecer trastornos psicológicos.
La falta de comunicación, directa e interactiva, con otras personas que puedan
darle su opinión y relativizar los acontecimientos facilita que estos queden
atrapados en la mente.
Cuando una experiencia se estanca en el
circuito cerrado de un solo individuo, las emociones se amplifican y los mismos
hechos se acaban distorsionando, algo que podría haberse evitado con una charla
en buena compañía.
Deborah Tannen, profesora de lingüística
de la Universidad de Georgetown, explica al respecto que “una conversación bien
llevada es una visión de cordura, una ratificación de nuestro propio modo de
ser humano y de nuestro propio lugar en el mundo”. Sin embargo, esta actividad
tan humana se puede volver en nuestra contra cuando no la realizamos de forma
saludable o con las personas adecuadas. “No hay nada más profundamente
inquietante que una conversación que fracasa (…) Si sucede con frecuencia,
también eso puede hacer tambalear nuestra sensación de bienestar psicológico”.
Esta autora comenta en su ensayo Hablando se entiende la gente que muchas
de las disputas que se producen en las parejas heterosexuales tienen su origen
en nuestra formación social, durante la infancia y adolescencia, con amigos de
nuestro mismo sexo. Esto provoca que, en muchos casos, se creen estilos
conversacionales separados por falta de interacción entre géneros.
A
partir de aquí se generan mitos como que “los hombres no saben escuchar” o que
“las mujeres hablan de sus problemas sin cesar”, lo cual son claros prejuicios
de género. Como sucede con cualquier otra actividad humana, hay diferentes
grados de implicación y dominio en la comunicación oral con los demás. En el
lado más ligero de este arte, estaría la charla informal, que según Debra Fine
está injustamente poco valorada:
“La charla tiene el estigma de ser
considerada la humilde hijastra de la verdadera conversación, aun cuando cumple
una función extremadamente importante. Sin ella es muy difícil entablar un
verdadero coloquio. Quienes dominan la charla informal son expertos en lograr
que los demás se sientan involucrados, valorados y cómodos, y eso ayuda a
reforzar una relación laboral, cerrar un trato, dejar la puerta abierta a una
nueva relación amorosa o entablar una amistad”.
Según esta experta en oratoria, la
conversación informal es el primer paso para que pueda surgir la empatía entre
dos personas. Aunque charlemos sobre un tema poco trascendente, en ese primer
contacto en realidad estamos diciendo mucho, porque empezamos a crear un
vínculo en el que ya se transmite cercanía o distancia, confianza o reservas
hacia el otro.
En palabras de Debra Fine: “La
conversación intrascendente es el equivalente verbal a la primera ficha de
dominó: dispara una reacción en cadena, con todo tipo de consecuencias”. Contra
el prejuicio de que un desconocido no tendrá nada en común con nosotros, al
arriesgarnos a charlar nos podemos llevar más de una grata sorpresa.
¿Cuántas parejas, buenos negocios o
amistades tienen su origen en una conversación casual? Probablemente, la
mayoría. Más allá de las habilidades comunicativas de cada uno, el arte de la
conversación puede ser aprendido y potenciado. Los antiguos griegos daban gran
importancia a ejercitar la oratoria y, en tiempos modernos, ya en 1875 Cecil B.
Hartley mencionaba en su Guía de un
caballero de etiqueta una serie de claves que siguen siendo vigentes, ya
que lamentablemente aún hoy nos pasan por alto muchas de ellas.
Podemos resumirlas en estos 10 puntos:
1. Aunque estemos convencidos de que el
otro está totalmente equivocado, en lugar de discutir es aconsejable cambiar
hábilmente de conversación. Es absurdo pretender que los demás estén de acuerdo
con nosotros.
2. Nunca hay que interrumpir ni
anticiparnos a la historia de nuestro interlocutor. Saber escuchar es la regla
dorada del buen conversador.
3. Evitemos poner cara de fatiga durante
el discurso de otra persona, así como distraernos con otra cosa mientras está
hablando. Hartley mencionaba como entretenimientos “mirar el reloj, leer una
carta u hojear un libro”. El equivalente actual sería la irritante costumbre de
mirar el móvil.
4. La modestia nos ahorrará muchas
antipatías. No hay que exhibir conocimientos, méritos o posesiones que haga
sentir a los demás que se encuentran en inferioridad.
5.
No es necesario hablar de uno mismo, a no ser que nos pregunten. Nuestros
interlocutores se enterarán de nuestras virtudes sin necesidades de que se las
precisemos.
6. La brevedad ocurrente es siempre más
eficaz que entregarse a largos discursos o a historias aburridas.
7. Criticar o comparar unas personas con
otras, así como censurar a los ausentes, puede parecer divertido, pero
acabaremos causando una mala impresión.
8.
Nunca hay que señalar ni corregir los errores en el lenguaje de los demás,
aunque sean extranjeros, ya que se sentirán humillados por la observación.
9. No hay que ofrecer asistencia o
asesoramiento a no ser que nos hayan pedido consejo expresamente.
10. El elogio excesivo crea desconfianza,
pues nuestro interlocutor puede pensar que tenemos intenciones ocultas.
Al final, la esencia del buen diálogo es
nuestra capacidad de entregarnos al intercambio con el otro como si de una
coreografía se tratara. Los participantes hacen danzar juntas sus ideas, que se
encuentran, se separan –para ampliar su horizonte de opiniones– y vuelven a
unirse para crear nuevos significados.
Es por eso que después de una conversación
profunda nos sentimos transformados. Nos hemos nutrido con nuevas ideas y hemos
sometido nuestra propia óptica a un enfoque diferente que amplía nuestra
comprensión sobre el mundo y sobre nosotros mismos.
En su libro Conversación, el pensador Theodore Zeldin sostiene que “dos
individuos, conversando con honestidad, pueden sentirse inspirados por el
sentimiento de que están unidos en una empresa común con el objetivo de
inventar un arte de vivir juntos que no se ha intentado antes”.
Puesto
que es uno de los pocos placeres que no requieren otra inversión aparte del
tiempo, merece la pena recuperar este viejo arte para volvernos a sentir humanos.
Si el tiempo que gastamos en enviar o
responder cientos de mensajes de compromiso los dedicamos a compartir nuestro
universo con personas que puedan enriquecerlo, viviremos con un mayor “ancho de
banda” y afrontaremos los problemas que nos traiga la vida de forma más
inteligente y serena.